Quiero aprovechar este domingo 13 de marzo para ceder mi lugar en el blog al
autor de uno de los más hilarantes pero no por eso menos real y certera
descripción del pendejo peruano. Roberto Ramírez Manchego es el afamado
periodista peruano, autor de la siguiente nota:
El club de los pendejos
“Vivimos en una sociedad en la que abundan los clubes de pendejos. La
pendejada es un recurso, un oficio, una manera de ser y estar. Los códigos de
la pendejada se aprenden a muy temprana edad y se actualizan constantemente: un
aprendizaje para la vida, que dura toda la vida. Hay pendejos de toda
condición: hay pendejos sin plata y pendejos con dinero; cultos e incultos;
pendejos intelectuales, pendejos académicos, artistas pendejos; existen
profesiones que albergan pendejos entre sus miembros: abogados pendejos,
médicos pendejos, periodistas pendejos, ingenieros pendejos. La pendejada es
omnisciente: está en todo y en todos.
Aristóteles decía que el ser humano es
un ser sociable por naturaleza: zoon
politikon. La pendejada toma nota de ese aserto: el pendejo es ante todo
un ser social. No hay pendejo a solas. La pendejada implica dinamismo,
convenciones, silencios: no hay pendejo solitario. El quid de la pendejada se
resume en una palabra: adaptación. El pendejo sabe adaptarse, sabe callar y
sabe defender su cuota de pendejada. La pendejada es también una esfera de
beneficios, una prerrogativa del ser pendejo.
La pendejada ha hecho tradición. Cualquiera puede ser un pendejo, nadie
está libre de pendejada: pendejos los que se pintan como inmaculados siendo
ellos mismos unos grandes pendejos. Sin embargo, no hay que caer en el
relativismo: hay pendejos y pendejos. Los seres humanos vivimos de acuerdo a
una escala de valores, algunos toleran bien algunas situaciones y otras les
parecen intolerables. Cada uno tiene su propia tabla de valores. Una escala de
valores que puede estar divorciada de los valores imperantes en la sociedad: en
ese conflicto los que priman son los valores sociales.
En el Perú la pendejada es el pacto social que federa las
subjetividades: todos somos, en distintas formas, pendejos. O todos hemos
cometido actos pendejos alguna vez. El abanico de la pendejada es variopinto
como la cola de un pavo real; amplio como la sonrisa de un acordeón.
Pendejo es el político corrupto: este tipo de individuo es una tradición
en nuestro país. La pendejada en política es marca de la casa. El político
pendejo es el patriarca de los pendejos en nuestro país: en Perú, político
pendejo es casi un pleonasmo. Pendejo es el alcalde que promete a manos llenas;
el congresista que una vez llegado al parlamento dice, con sinvergüencería, que
las promesas de campaña no se tienen que cumplir. Pendejos son los asesores que
patean la corrupción de sus jefes al adversario, los que inventan procesos, los
que critican la corrupción ajena y no la suya. Son pendejos los consultores que
se pintan como imparciales y que callan la pendejada mientras están
asalariados: cuando termina la chamba se convierten en justicieros sociales, en
indignados.
Pendeja es la intelligentsia que calla lo que le conviene, pero
se pinta de comprometida y sólo critica la podredumbre en la casa del vecino.
Pendejos los contratos amañados: experiencia 15 años, título de bachiller;
pendeja la prensa oficiosa: la prensa que solapa sus intereses, pero agudiza la
mirada, ahí donde no va a recibir ninguna prebenda. Pendejos los operadores
políticos, que medran en los intersticios del poder y que camaleónicamente
intentan pasar como honestos, como decentes, como justos.
Pendejos los abogados que inventan triquiñuelas para favorecer a sus
clientes y perjudicar a la sociedad; pendejas las corporaciones farmacéuticas,
que inflan los precios y perjudican a la sociedad; pendejos los profesores que
se enquistan en las cátedras, los que creen que la universidad es su feudo, su
chacra. Pendejos los jefes déspotas, los dictadorcillos de oficina, los
reyezuelos de fórmulas administrativas.
La pendejada se aviene, muchas veces, con la inmoralidad: la inmoralidad
es lo común; todos la conocemos, no necesita definición.
Inmorales los que no respetan las normas mínimas de civismo, de
elemental cohesión social, los que viven en las fronteras de toda convención;
los que orinan en la calle, los que beben en la vía pública, los indiferentes,
los antisociales, los que no se implican en política, pero critican a los
políticos, los ociosos que critican la ociosidad ajena, pero no la suya; los
mentirosos que se indignan con la mentira y con el engaño, pero inventan farsas
sin dificultad; los procaces que juegan a ser decentes; los infieles que han
agudizado sus sentidos para la infidelidad ajena, mas no para la suya; los
vocingleros, los farsantes.
Inmoral Julio Sosa que, en Cambalache, decía que los inmorales nos han
igualao, pero vivía una vida excesiva en Buenos Aires; inmoral Wilde con eso de
que la experiencia es el nombre que le damos a nuestros errores; inmoral
Rousseau, que escribió Emilio o la educación y dejó a sus hijos abandonados en
distintos orfanatos; inmoral Burroughs con su almuerzo desnudo, que dizque fue
hecho con la técnica del collage y no se entiende un carajo, inmoral Carlos
Castaneda con la enseñanzas de Don Juan, que nunca existió y cuyas enseñanzas
se las inventó el mismo; inmoral Kapuściński cuando falseó su relato
sobre la caída de Haile Selassie; inmoral Guillaume Apollinaire y sus
caligramas, inmoral Duchamp, que hizo pasar como arte un inodoro y generó una
retahíla de seguidores imitándolo.
Desde un punto de vista técnico la inmoralidad no existe: morales somos
todos los seres humanos con libertad de elegir; la moralidad es libertad de
elegir, los humanos elegimos o decidimos. Puede haber moralidad adaptada a las
normas sociales o moralidad que va en contra de las normas, moral del cura,
moral del buen samaritano, moral del bondadoso o moral del avieso, incluso aquel
que actúa al azar posee una moral: una moral aleatoria. Y la pendejada como
viveza solamente existe en nuestros lares; en otros países ser pendejo es ser
tonto. Aprendamos a hablar con propiedad.”
Tomándome
la libertad de comparar la realidad del pendejo peruano expresada por Ramírez
Manchego con la realidad de los politiqueros comeños, vemos que nada escapa de
la burla y desenfado del autor. Es fácil hacer comparaciones con el político
pendejo que promete y promete hasta que lo mete, del candidato a alcalde que ofrece
el cielo y la tierra a los electores, ese que ofrece trabajar codo a codo con
su hermano trabajador municipal y de la mano con el vecino para luego si te vi
no te conozco, del congresista que jura y rejura que él sí cumplirá sus
promesas de campaña, ese que, de ganar, luego con pana y elegancia te dice que las promesas
de campaña son como los sueños de Calderón de La Barca: solo sueños…
Pendejo es
el alcalde que dice que no repetirá los “errores” de su antecesor, y vuelve a
contratar o designar a los mismos pendejos sin título profesional, sin experiencia
ni capacitación. Y cuando los tiene, los ubican en áreas que ni en broma conocen.
Son esos que, bien dice Ramírez Manchego, tienen títulos, diplomas,
certificaciones, maestrías y doctorados; sí, digo yo, pero vía internet en Universidades
o Institutos en La Patagonia o Cabo de Hornos…
En Comas
suenan fuerte nombres conocidos, que como por extraño sortilegios se parecen
como una gota de agua sucia a otra más sucia y pestilente… Billegas, Saldaña,
Robinson, Jean Pool, Alexis, dijeron por ahí… Y cuidado que tampoco escapa de
estas agudas descripciones el periodista o comunicador pendejo, mermelero, que
ve sus sueños de opio convertidos en realidad cuando llegan las campañas
electorales y vende por doquier sus publirreportajes sin los respectivos
disclaimers.
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